domingo, 28 de octubre de 2012

Ensayando la ausencia


Hace tiempo, una antigua  amiga me dijo: “no todo silencio es ausencia, no toda ausencia es distancia”. Poco después, por los famosos “azares” de la vida, dejamos de vernos, luego de hablarnos y, por último, de extrañarnos. Pero su frase se quedó conmigo, quizá porque tiene ese juego de palabras que hace que cualquier idea suene interesante y hasta rebelde, como si desafiara lo establecido y lo poco cuestionado: que no toda ausencia es distancia y no todo silencio es ausencia.

Es cierto que si no damos señales de vida, de alguna forma no estamos, al menos no para quienes no nos pueden ver o platicar o compartir lo que sea que necesiten compartir. Ese “no estar”, ese silencio, a menudo es equiparado con el vacío y con todos los amigos que se le adjudican: la soledad, la indiferencia, el desamor o, incluso, cierto tipo de inexistencia. Estar siempre al alcance de la mano se ha convertido hoy, si no en una obligación, en algo que se da por sentado, en un dictamen natural que tiene a todas las redes sociales de su parte para asegurarse de que en efecto estés, presente, en cada uno de los universos que conforman nuestra realidad. Ser individuo significa serlo ante otros. Desaparecer es impensable, imposible, irrealizable, negativo.

Irse da miedo. Uno quiere llegar, encontrar, quedarse, estar, arraigarse, nunca olvidar ni ser olvidado. Caminamos para permanecer en algún lugar. Buscamos para no tener que hacerlo. Benditas las pausas que cómodamente nos adormecen en la felicidad de “haber llegado”, en el “después de esto no hay nada”. Porque irse es lanzarse de nuevo a un todo infinito, escaparse por la ventana de la posibilidad con nada puesto más que la propia piel; volverse invisible, condenarse a muerte en la mente de alguien o en la esencia de algo. Irse es morir.

¿En dónde estamos cuando no nos ven? ¿Qué somos cuando desaparecemos de vista? ¿Somos? Cuando un pueblo entero deja de ser accesible y es exiliado de las noticias, de la mente, de las conversaciones, de facebook, ¿existe? El “no estar” es aún más doloroso ahora que florecen todas las plataformas de comunicación posibles. La frase de mi amiga hoy podría cerrarse en un círculo perfecto con una tercera premisa: la distancia ya no es igual al silencio, no está condenada a serlo. Los periodos de transición, las pausas, los hyatus ya no tienen por qué ser momentos de incomunicación, es más, no deben serlo. Cuando lo son, nos parecen un vacío existencial.

Morir es, irónicamente, algo vital. No sólo es parte del curso de la vida sino que es su potenciador. Cada instante tiene sentido porque no es eterno, porque muere. Quizá quedarse sólo tiene sentido porque nos iremos en algún momento. Tal vez la ausencia es el potenciador de la permanencia. Y si este fuera el caso, ¿por qué la condenamos tanto? ¿por qué vivimos en función de “estar” todo el tiempo? ¿por qué somos tan duros con quienes no nos quieren retener? Acaso porque la angustia de no sabernos queridos, ni extrañados, ni sentidos de alguna manera es equiparable a las ansias de no ser. Eso o porque tenemos egos tan grandes que no conciben que no encajemos en todas partes.

Hay tantas razones para irse, para guardar silencio, para soltar. Hay miedos y deseos y alegrías y tristezas y distintas prioridades; incomodidades, viajes, desencuentros, cambios de personalidad, de opiniones, de ambientes, de creencias; hay ganas de querer y ganas de ya no querer tanto. En mi caso, yo me voy porque quise quedarme mucho y mi mucho no cabe aquí. Pero mi ausencia nunca será igual a la nada o al vacío. Esta  llena de cariños que me llevo conmigo. Aunque no por ello será menos dolorosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario